Han pasado más de veinte años desde la Declaración y el Programa de Acción de Durban (2001) y, sin embargo, las imágenes que vemos —esas que deberían reflejar la dignidad humana en toda su dimensión— siguen repitiendo el racismo y la exclusión. En los afiches institucionales estatales, en las campañas publicitarias, en los banners de cooperación internacional y hasta en las presentaciones de PowerPoint de las ONGs y organizaciones de la sociedad civil, persiste una mirada con sesgos racistas, discriminatorios y coloniales.
Los rostros de piel morena, los cuerpos indígenas, afrobolivianxs, andinxs, amazónicxs, trans, diversos – diversas – diverses, son muchas veces omitidos o estereotipados. Raras veces como protagonistas. La mirada colonial se disfraza mostrando una sonrisa diversa que termina siendo nada más que decorativa, vacía de contenido político y ético.
La Declaración de Durban advertía, en su parte introductoria, que los medios de comunicación tienen el deber de representar la diversidad de la sociedad multicultural sin promover imágenes falsas ni estereotipos racistas o xenófobos. Sin embargo, seguimos viendo cómo se reproduce un imaginario de superioridad: la piel clara como sinónimo de éxito, el cuerpo normativo como modelo de belleza, la heterosexualidad como orden de lo natural.
En Bolivia, un país donde los pueblos se tejen en una pluralidad de culturas, lenguas y modos de amar, el desafío es doble. No basta con decir que somos un Estado Plurinacional si nuestras imágenes continúan repitiendo el patrón de la exclusión. La bolivianidad, en toda su potencia, debería reconocerse en los pómulos altos de las mujeres aimaras, de los ojos que encienden calma del pueblo chiman, en los cabellos rizados de las juventudes afrodescendientes. En los labios gruesos y las miradas firmes de quienes trabajan en los mercados. En los gestos que brotan libertad de las personas trans y las disidencias que se sienten sus pasos de dignidad por las calles bolivianas.
El párrafo 88 de Durban recuerda que los medios deben desempeñar un papel activo en la lucha contra el racismo y la discriminación; y el párrafo 89 lamenta que algunos sigan promoviendo imágenes falsas y estereotipos negativos. La exclusión visual sigue siendo una forma de violencia. Cuando no vemos a las personas diversas en los materiales educativos o institucionales estatales, el mensaje implícito es que no existen, no importan, no pertenecen.
La representación no es una cuestión menor. Lo que se ve —y lo que se oculta— configura los límites de lo posible. Si una niña afroboliviana o una joven trans no se reconocen en las imágenes del país, se les niega también el derecho a imaginar su lugar en el mundo en los materiales pedagógicos, materiales audiovisuales, cine, series.
Durban también reconocía, en su párrafo 90, que la libertad de expresión y las nuevas tecnologías pueden contribuir a la lucha contra el racismo, siempre que se ejerzan con responsabilidad. En tiempos de redes sociales, donde las imágenes circulan con velocidad, necesitamos una ética visual que abrace la diferencia. El párrafo 147 inciso c) incluso recomienda enfrentar la difusión de material racista mediante formación y sensibilización: porque la comunicación, como la educación, es también un acto político.
Descolonizar la imagen es un acto de justicia. Significa romper con el modelo único de belleza y humanidad impuesto por siglos. Significa dejar que las imágenes se parezcan más a nuestras calles, con pieles que se broncean en el altiplano, risas que suenan en los valles, pasos que suenan en los llanos, cuerpos disidentes que desafían el binarismo y el miedo.
La Declaración de Durban es un compromiso ético global. Veinte años después, su llamado sigue resonando. Las imágenes tienen poder. Pueden seguir discriminando o pueden, al fin, representar la dignidad de la diversidad.
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J. Alex Bernabé Colque es defensor de derechos humanos
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