Menos currículo, más vida real

Opinión

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Sumando Voces

Misael Poper

Bolivia, además de la crisis económica y energética, enfrenta una profunda crisis educativa: muchos estudiantes egresan sin las competencias necesarias para la vida ni para su desarrollo cotidiano. El Bachillerato Técnico Humanístico (BTH) ha sido un fracaso y, con la irrupción de la inteligencia artificial, aún una novedad en el país, surge un desafío adicional. ¿Cómo puede Bolivia afrontar esta nueva realidad cuando persisten las crisis institucionales y un Estado centralista que, lejos de reducirla, agrava la desigualdad y la discriminación educativas?

Lo diré sin rodeos: para salir de esta trampa, hay que cerrar el ciclo de la 070. No se trata de maquillar un marco que ya no conversa con la realidad de las aulas, sino de derogarlo y pactar otro comienzo. Y ese comienzo no es un “BTH de último momento” pegado a dos años de secundaria, sino repensar el BTH desde primaria, como una trayectoria larga, progresiva y territorial que madure con los estudiantes. Si queremos que la IA no agrande la desigualdad cognitiva, debemos dejar de coleccionar asignaturas y empezar a enseñar menos, pero mucho mejor.

El país ha confundido cantidad con calidad. Calendarios saturados, listados infinitos de materias, evaluaciones que premian la memoria y castigan la comprensión. En ese maremagno, la IA llega como un atajo tentador: copiar, pegar, salir del paso. Así se fabrica desigualdad: unos pocos aprenden a usar la herramienta para pensar; la mayoría la usa para no pensar. La salida es inversa a la intuición burocrática: reducir drásticamente la cantidad de materias y organizar la escuela en seis ejes troncales que acompañen toda la trayectoria:

  1. Lenguas y comunicación (castellano y lenguas originarias, lectura y escritura profundas, oratoria y argumentación).
  2. Matemáticas y pensamiento computacional (lógica, resolución de problemas, programación básica).
  3. Ciencias y tecnología (método científico, datos, nociones de IA y ética digital).
  4. Arte y cultura (creación, expresión, identidad).
  5. Proyecto territorial (productivo, social o ambiental, según la región).
  6. Habilidades socioemocionales (intrapersonal, interpersonales, habilidades cognitivas)

Todo lo demás vive dentro de proyectos. Menos asignaturas, más tiempo para investigar, construir, equivocarse y revisar. Menos silos, más conexiones. Menos pruebas de memoria, más portafolios y defensas orales. En ese diseño, la IA no reemplaza nada: ayuda a leer mejor, escribir con más claridad, modelar fenómenos, simular escenarios, traducir entre lenguas, revisar código, explorar datos. Y cada uso deja huella en el proceso, no solo en el resultado.

Repensar el BTH desde primaria no es “tecnologizar” ni uniformar; es sembrar temprano. En tercero o cuarto de primaria ya se puede jugar con pensamiento computacional sin pantallas; en quinto y sexto, laboratorios escolares con materiales de bajo costo y kits sencillos; desde séptimo, proyectos BTH ligados al entorno (agua, suelos, energía, turismo, salud comunitaria, software). En primero y segundo de secundaria, una base común fuerte; desde tercero, itinerarios que profundicen sin encerrar: agro y alimentos, datos y software, textiles y diseño, metalmecánica, gestión turística, salud comunitaria. La universidad hereda estudiantes que piensan, construyen y comunican, no que coleccionan certificados.

Para que esto no sea un manifiesto más, hay que cambiar la gobernanza. El centralismo pedagógico ha sido un gran igualador… hacia abajo. Un nuevo pacto debe fijar estándares nacionales claros (lo que todo estudiante debe saber y poder hacer) y autonomía real para que regiones y escuelas diseñen sus trayectorias BTH según su tejido productivo y cultural. El ministerio define el “qué” y cómo se asegura la calidad; las comunidades educativas eligen el “cómo”. La tracción se mide en cuánta libertad responsable hay en el aula, no en cuántas resoluciones salen de una oficina.

La formación docente es el corazón. Con menos materias y más proyectos, el rol del profesor se vuelve más exigente y más interesante: diseñador de experiencias, tutor del proceso, evaluador de desempeño. Se necesitan microcredenciales que valgan en la carrera: diseño de tareas auténticas, evaluación por rúbricas, didáctica de IA (cómo preguntar, verificar, citar, proteger datos), uso de laboratorios y datos abiertos, trabajo interdisciplinario. Un docente que sabe integrar IA con criterio convierte la herramienta en palanca para el pensamiento crítico; uno que no, la vuelve muleta del facilismo.

La infraestructura deja de ser un lujo y pasa a ser condición de posibilidad: conectividad estable en escuelas y normales, aulas maker frugales (impresora 3D comunitaria, microcontroladores, sensores, notebooks compartidas), bibliotecas con acceso a repositorios digitales y modelos de IA corriendo en local para prácticas básicas. No hablamos de futurismo caro: hablamos de hacer visible el aprendizaje con poco y bien usado.

¿Y la desigualdad cognitiva? Con el calendario recortado y los ejes troncales claros, todos los estudiantes trabajan con IA desde lo esencial: comprender textos, argumentar, modelar, crear. La brecha deja de ser de acceso a “apps” y pasa a ser de calidad de experiencia. Si conectamos primero a los que menos tienen, si financiamos la formación del docente que más lejos está, si los proyectos territoriales se evalúan por problemas reales resueltos, la IA se convierte en igualador: un tutor que no se cansa, un traductor para aprender en tu lengua, un simulador que trae el laboratorio que no tienes.

Derogar la 070 no es romper con la identidad ni con lo intercultural; es honrarla en serio. Menos asignaturas que nadie puede enseñar bien, más tiempo para aprender lo que sí cambia vidas. Menos currículo de papel, más proyectos con nombre y apellido en cada comunidad. Menos prohibiciones sobre la IA, más criterio pedagógico para convivir con ella. Un BTH que nace en primaria y madura en secundaria no promete milagros: construye capacidades. Y cuando las capacidades se construyen, la desigualdad cognitiva pierde su magia negra y se vuelve trabajo pendiente: visible, medible, abordable.

Al final, se trata de elegir entre seguir parchando un traje que ya no nos queda o coser uno nuevo que permita crecer. La opción por eliminar la 070, reducir la cantidad de materias y repensar el BTH desde primaria no es un capricho ideológico; es una estrategia para que la IA, en vez de ser un espejo cruel de nuestras carencias, sea la herramienta que nos ayude a superarlas. Todo lo demás es volver a tropezar con la misma piedra, pero ahora con una pantalla en la mano.

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Misael Poper es activista

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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