Racismo: ¿Cuál el rol del intelectual, escritor, académico?

Opinión

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Hernán Cabrera M.

¡Qué semana que hemos tenido los bolivianos. Qué manera de revivir y hablar sobre el racismo. Qué modo más eficaz, vía redes sociales y medios de comunicación, alimentar la senda de la polarización, la confrontación, la división y el de herirnos los unos contra los otros!.

Una y otra vez renace, resucita y reavivan esa tara que tenemos los bolivianos en nuestros corazones, en nuestras almas, en nuestros sentimientos.

Este proceso electoral de la segunda vuelta ha tenido dos protagonistas políticos fundamentales: los candidatos a la Vicepresidencia, que se han destacado por sus mensajes fuertes, polémicos, violentos. Cada uno a su estilo y buscando elevar el nivel de adherencia han hecho lo que han hecho, que no vamos a repetir, porque usted mi amable lector ya lo conoce, leído y republicado.

Las redes sociales se han dividido en dos grandes mitades: los que justifican, defienden o maquillan las declaraciones “hay que matar a los collas”, bajo ciertos argumentos y los que defenestran, critican y condenan a rajatabla lo afirmado por el candidato a la vicepresidencia, JP Velasco, e incluso el otro candidato, Edman Lara, que no se quedó atrás: “El colla si no la caga a la entrada, la caga a la salida”, según le dijo su abuelita.

Mi reflexión busca que ya no sigamos echando más leña al fuego, ni más ajos a todo lo dicho y difundido; sino a preguntarnos ¿Qué rol han desempeñado o deben desempeñar los intelectuales, académicos, politólogos, escritores, maestros en esta situación tan delicada y sensible, que incluso te presionan para que tomes una posición a favor o en contra?

Se supone que estos ciudadanos tienen un nivel de preparación mas elevado, debido a sus estudios, títulos, experiencias y que nos deben dar luces para ir a las raíces del problema: ¿Por qué es racista el boliviano? ¿Por qué corre por las venas el racismo en nuestra historia, en la política, en la educación, en la convivencia social? Y apuntar planteamientos para que de una vez acabemos con esta tara social, contra la que se hizo la Ley 045, para combatir toda forma de discriminación y racismo, que a 15 años de su promulgación y vigencia es oportuno reflexionar sus retrocesos, avances y logros.

En este juego entra también el amplio sistema universitario público y privado que, en sus carreras de Sociología, Ciencias Políticas,  Jurídicas, Comunicación social, deberían plantearnos investigaciones y propuestas para que puedan incidir en la función pública y no solo se encierren a ganar dinero o formar ciudadanos salidos de las burbujas.

El intelectual, el pensador, el politólogo, el académico deben jugar un rol que apunte a esclarecer con lucidez a estas alturas del proceso electoral, mucho mas cuando lo contaminaron de racismo, de odio, de violencias, de intolerancias y de fabulosas promesas demagógicas, porque todo vale para los candidatos. Repasando algunas de mis lecturas compartiremos algunas ideas que plantean enormes escritores e intelectuales, sobre el rol que deben desempeñar.

Le preguntaron a Julio Cortázar su opinión sobre el compromiso social y político del escritor. Dijo que el escritor debe responder con una conducta personal, ética, política. “Mi compromiso con mi pueblo lo cumplo no solo cuando escribo, sino cuando participo en reuniones, cuando hago una acción, una denuncia, un ataque contra los sistemas siniestros. La noción de compromiso es seria. El compromiso central, capital de ser un escritor es dando lo máximo de sí, haciendo todo lo que pueda hacer como escritor, es su manera natural de transmitir elementos que son revolucionarios en la medida en que está al lado de su pueblo. Sus opiniones ayudan a cambiar, resolver o plantear problemas o compartir puntos de vista. Ser un escritor sin la menor concesión a favor de su pueblo y contra las injusticias”.

Para el italiano Antonio Gramsci “todos los hombres son intelectuales, pero no todos tienen en la sociedad la función de intelectuales”. Si es por pensar y juzgar, todos somos filósofos, insistía. Vemos y nombramos, damos sentido a las cosas y evaluamos. Ahora bien, con frecuencia eso lo hacemos de carrerilla: con creencias o ideologías que se nos imponen. ¿Qué es lo preferible? ¿Hablar de prestado, pasivamente? No, responde Gramsci, hay que pensar y juzgar con autonomía y con crítica: cada persona debe interrogarse sobre lo que hay, sobre lo que ocurre y sobre sí misma, participando activamente en la historia del mundo. Si no lo hacemos, se nos impondrán opiniones e ideas ajenas: nos someteremos con docilidad.

Los intelectuales, escritores, académicos tienen tanto material para investigar y darnos luces, frente a un país y su gente que siempre están en movimiento dialéctico, intenso y tenso, no hay la manera de aburrirse ni de echarse en la hamaca.

Pues bien, el rol que deben o deberían desempeñar en estos momentos es enorme y debe ser esclarecedor, pero lo deben hacer con valentía y sin encasillamientos, porque eres del Occidente o del Oriente tendrás opiniones sesgadas de lo terrible y lo violento que es el racismo, el cual  mata, destruye las relaciones sociales, contamina el alma y nos violenta los unos contra los otros. No se puede ser tibios ni imparciales frente al racismo.

El gran intelectual indigenista, Fausto Reinaga, apuntaba algo muy especial que debemos tomarlo muy en cuenta: “El racismo indio no es odio al blanco, no es odio al color del cuero, al color del mestizo. No. El racismo indio es odio a la opresión. Es el amor a la libertad; a su libertad”, reflexionaba en El pensamiento amautico.

Importante para que vayamos entendiendo que la polarización del colla vs camba, el citadino vs campesino, el oligarca vs trabajadores, el rico vs pobre, el indígena vs karas, debe conducirse a un callejón sin salida, y encerrarla ahí, porque los bolivianos ya no podemos vivir en esa ruta de la confrontación, por lo que los próximos gobernantes tienen el gran rato de ser instrumentos para superar estos trances que nos golpean de forma permanente y asumir con dignidad que vivimos en un país diverso, hermoso y rico en su cultura, en sus recursos naturales, en su gente, en sus creencias, en su literatura, en su idiosincracia.

El filósofo alemán Federico Hegel decía que la gente mala es la que hace la historia, y así se ha venido escribiendo las épocas de la mano de ciertos personajes que han tratado de destruir el alma y paralizar, como una máscara mortuoria interior, la voluntad y  las ganas enormes de darnos un abrazo como bolivianos.

Mi amable lector, permítame compartir estas reflexiones del escritor israelí, David Grossman, que a pesar de tener una actitud crítica frente a su gobierno que solo habla el lenguaje de la guerra, se atreve a interpelarlo: “Esta conducta hacia nosotros mismos, el enemigo, el conflicto en general y nuestra existencia en él, una conducta que aquí, generalizando mucho, he calificado de literaria, es para mi, en primer lugar, un acto consistente en volver a autodefinirnos como seres humanos en una situación intrínsecamente de deshumanización”.

El racismo y sus tentáculos, del que medio país se hizo eco, pero no en son de preocupación y de análisis, sino como instrumento político para eliminar al adversario, nos lleva a  un proceso de deshumanización, situación extrema que reclama el rol y aporte de una voz responsable, líder, capaz y sensible.

Tristan Marof dijo en su Radiografía de Bolivia: “Bolivia tiene toda clase de riquezas y además indios. Aún el indio puro continúa esforzado para el trabajo, y aunque no sea alfabeto- esto es una cuestión de técnica y de paciencia- cambiará cuando cambie su estructura social y económica, pero no con experimentos incompletos y corrompiéndolo con la demagogia, convirtiéndolo en político en desfiles para beneficio de caudillos”.

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Hernán Cabrera es periodista y Lic. en Filosofía

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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