Invisibles en la vejez: Personas trans adultas mayores en La Paz

Derechos Humanos

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Sumando Voces

En la ciudad de La Paz, donde las montañas parecen tocar el cielo, hay vidas que pasan desapercibidas. Vidas que, pese a sus luchas y sobrevivencias, aún no figuran en las estadísticas, ni en las políticas públicas del país. Historias como las de Consuelo, Vanesa y Alex, que se encuentran ocultas en las calles paceñas mientras buscan opciones para vivir dignamente. 

Por Rossangela Sanabria Meruvia / Diseño de portada La Izquierda Diario

Historia de Consuelo Torrico: “aquí estoy, viva y luchando”

A sus 72 años, Consuelo Torrico camina con paso firme, mirada serena y una voz que ha aprendido a hacerse escuchar. Es una mujer lesbiana, adulta mayor, y activista incansable por los derechos de las personas LGBTIQ+ en Bolivia. Su historia, como la de tantas otras, es también la historia de una lucha contra el silencio, la negación y la violencia disfrazada de «cura».

“Tenía 16 años cuando decidí reconocer mi identidad”, cuenta sentada en un banco del pequeño centro donde se reúne la Asociación de Adultos Mayores LGBTI, de la cual es representante. “Lo dije con miedo, pero también con claridad. Les dije a mis padres que me gustaban las mujeres. Que no estaba enferma. Solo era yo”.

La respuesta fue brutal. Su familia, no solo la rechazó: la sometió a lo que en ese entonces llamaban “tratamientos de corrección”. “Me llevaron al psicólogo. Luego a sesiones de electroshock. Es un pasado doloroso del que prefiero no dar más detalles. Pero eso marcó mi vida.

A diferencia de muchas personas de su generación que no sobrevivieron a ese tipo de violencias, Consuelo convirtió su dolor en una causa. Se alejó de su familia, encontró apoyo en pequeños grupos de activismo en los años 80 y, con el paso del tiempo, se convirtió en una de las voces visibles de las disidencias adultas en La Paz.

Desde hace más de una década, participa en la organización de espacios seguros para adultos mayores LGBTIQ+. Talleres, encuentros, acompañamiento psicológico, e incluso apoyo legal.

Consuelo habla de un fenómeno que conoce bien: el envejecimiento en el exilio emocional. La familia no nos quiere, el sistema no nos cuida. ¿A dónde vamos?”

Para ella, la visibilidad de las personas LGBTIQ+ adultas mayores no es un lujo, es una urgencia. “Estamos aquí. Siempre hemos estado. Solo que antes no se nos veía. Ahora ya no nos escondemos”.

En lugar de apaciguarse con el paso del tiempo, las violencias que enfrentan las personas trans suelen agravarse en la vejez. El cuerpo ya no responde igual, el trabajo escasea y muchas viven en soledad, sin redes familiares que las sostengan. La falta de ingresos fijos o pensiones contribuye a una precariedad estructural.

A esto se suma el estigma dentro del mismo sistema de salud, donde muchas veces son maltratadas, ignoradas o incluso violentadas por su identidad. 

Cuando la identidad se castiga, violencia desde la niñez.

Vanesa recuerda con precisión el momento en que se reconoció como mujer trans: tenía 13 años y ya comenzaba a usar blusas y faldas, pese a las burlas y agresiones en su colegio. “No terminé mis estudios. Me botaron. Mi familia no tenía dinero, y me dediqué a la prostitución desde los 14”, relata, mientras se trenza el cabello con la nostalgia de quien ha tenido que ser fuerte toda la vida.

A lo largo de los años, su vida estuvo marcada por múltiples capas de vulnerabilidad: discapacidad visual total, pobreza, exclusión familiar, violencia física y simbólica. “Mi hermano no me aceptaba porque era mujer trans”, confiesa resignada.

Durante más de tres décadas, Vanesa vivió sin un documento de identidad que la reconociera como mujer. Esto le cerró todas las puertas: “No tener este documento me privó de educación, salud, y justicia”, dice. Fue recién a los 49 años que pudo hacer su transición legal y conseguir una cédula que diga “Vanesa”.

Vanesa Quispe, sentada en su cama, recordando su infancia.

“No hay venta pa’ nada”, dice con resignación, refiriéndose a la crisis económica que la obliga a rebuscarse el día a día vendiendo en la calle, actualmente encontró una forma de subsistencia. La edad y la discapacidad limitan sus opciones, pero no su espíritu. “Hay que aprender a vivir la vejez. Yo me siento de 15, 20 años. Me siento joven”.

La Paz concentra el mayor porcentaje de personas adultas mayores del país: el 30,6%, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), sin embargo, ninguno de esos datos está desagregado por identidad de género o diversidad sexual. No sabemos cuántas personas trans adultas mayores viven en La Paz. No sabemos cuántas han sobrevivido a la violencia, al rechazo, a la pobreza.

La falta de información impide que existan políticas públicas específicas para atender sus necesidades: desde el acceso a la salud integral, hasta empleos dignos y educación inclusiva.

Historia de Alex: La vejez trans, entre la soledad y la exclusión

En un pequeño consultorio jurídico en el centro de La Paz, entre pilas de documentos, libros de derecho, Alex, de 47 años, repasa su historia. Es un hombre trans, abogado, activista por los derechos humanos, y un ejemplo de resiliencia frente a un sistema que, desde sus inicios, le negó oportunidades solo por ser quien es.

Desde su adolescencia supo que era un hombre, y lo expresó con claridad a su familia, pero su decisión no fue aceptada. “Tuve que alejarme. Me dolió, pero entendí que si quería vivir en paz, tenía que hacerlo lejos de donde no me aceptaban”, cuenta, con una elegancia sobria: traje bien planchado, corbata oscura, zapatos pulidos. Siempre así. “La corbata fue mi bandera. Desde joven la usé para afirmarme frente a un mundo que me negaba”.

Alex estudió medicina, se graduó. Luego estudió pedagogía, también se tituló. Así entendí que debía empezar de nuevo”. Fue entonces cuando optó por estudiar Derecho, carrera que le abrió un espacio para defender no solo su existencia, sino la de muchos otros.

Hoy ejerce como abogado independiente. Da asesorías legales a personas LGBTIQ+, especialmente a jóvenes trans, y a personas adultas que enfrentan discriminación institucional. “Mi pasado me enseñó que luchar por los derechos de estos grupos invisibilizados no es una opción: es una necesidad”.

Vive acompañado por sus mascotas. “Así soy feliz”, dice.

Aunque Alex todavía no llega a la tercera edad, sabe bien que la soledad ya forma parte del camino. Este es otro tema del que no se habla: la soledad de las personas trans adultas. 

Con tristeza recuerda que no conoce a muchas personas trans mayores. “La mayoría no llega a esta edad por la falta de acceso a la salud, depresión, pobreza, abandono. No es que no existamos. Es que no sobrevivimos”.

¿Existe acompañamiento en la vejez cuando tienen una orientación sexual diferente?

En una  oficina de ADESPROC Libertad, en el sur de La Paz, trabaja Thiago Miranda . Tiene 33 años, es psicólogo clínico y trabaja en esta organización desde 2016. A pesar de estar inserto en un espacio LGBTIQ+ desde hace años, recién en 2023 inició su proceso de transición médica y, en 2024, su cambio legal de nombre. Él es un hombre trans.

“Fue un proceso duro”, confiesa. “El momento más terrible es cuando empiezas. Me siento mejor ahora, al ser reconocido como soy. Pero me costó mucho tomar la decisión, incluso en un espacio como este, por miedo a la discriminación. El tema con mi familia fue complejo, sobre todo con mi padre. No hay un camino fácil”.

Desde su lugar como profesional y como hombre trans, Thiago no solo acompaña transiciones, también escucha historias que a menudo duelen y reafirman la urgencia de visibilizar a quienes envejecen en las márgenes de lo que la sociedad considera «normal».

“El año pasado, en ADESPROC acompañamos la transición de 10 personas. Solo era adulta mayor: tenía 82 años cuando inició su cambio legal”, cuenta. “La más joven tenía 7. Ese es el rango. Y entre esos extremos, hay un océano de personas que siguen ocultas, por miedo, por pobreza, por trauma o por haber sido borradas por la sociedad”.

Thiago es claro al afirmar que no existen datos oficiales sobre cuántas personas adultas mayores LGBTIQ+, y especialmente trans, existen en Bolivia. “Mucha gente no llena las encuestas por temor. Y el Estado, simplemente, no tiene un formulario que recoja esa información. No preguntan por identidad de género ni por orientación sexual en los registros del INE, por ejemplo. Así es imposible saber cuántos somos y qué necesitamos”.

El último informe de ADESPROC —realizado hace más de una década— hablaba de alrededor de 5.000 personas registradas en la comunidad LGBTIQ+, pero Thiago recalca que esa cifra está muy por debajo de la realidad. “Muchísimas personas jamás se acercan por miedo, por desconfianza, o porque han aprendido a sobrevivir sin esperar nada del Estado ni de las instituciones”.

En la actualidad, ADESPROC recibe a unos 20 adultos mayores de la comunidad en general, pero son muy pocos los que acceden a asesoría legal o atención médica. “La mayoría solo busca apoyo social, contención emocional. Lo legal es costoso, lo médico es todavía más inaccesible. Y muchos llegan con años de dolor acumulado”.

Una deuda histórica con las vejeces trans y LGBTIQ+

Para Thiago, la invisibilidad de los adultos mayores LGBTIQ+ es estructural, pero hay una exclusión aún más profunda con las personas trans. “Los adultos mayores LGBTIQ+ ya están olvidados. Pero los trans adultos mayores están prácticamente borrados del mapa. 

“Estas personas cargan con una vida de violencias, de exclusión, de resistencia. No podemos permitir que lleguen a la vejez sin apoyo, sin salud, sin pensión, sin redes de afecto”.

Thiago Miranda, sonriente en su oficina de ADESPROC.

Con las historias de Vanesa, Alex y Consuelo, y el análisis comprometido de Thiago Miranda, queda claro que la vejez trans y LGBTIQ+ en La Paz está marcada por la exclusión y la ausencia del Estado.

La falta de datos oficiales, el temor a ser visibilizados, el acceso limitado a salud, educación y justicia, y la soledad estructural que enfrentan estas personas, no son hechos aislados: son consecuencias de una sociedad que aún no ha aprendido a mirar con humanidad y respeto a las diversidades.

Pero a pesar de todo, siguen ahí: tejiendo comunidad, buscando espacios, acompañando a otros, luchando para que las próximas generaciones no vivan las mismas injusticias.

Vanessa, Consuelo y Alex no solo sobreviven: viven, aman, sueñan. Y eso, en un país que le dio tan poco, ya es una forma de rebeldía.

Este reportaje ha sido realizado en el marco del curso «Los DSDR en la agenda» de Católicas por el Derecho a Decidir.

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