Los hijos de la democracia contra la democracia

Opinión

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Hernán Cabrera M.

Millones de ciudadanos bolivianos somos hijos y nietos de la democracia, y sabemos de sus cualidades, valores y retos. Además de sus problemas y contradicciones. Hemos decidido vivir en este sistema político y debemos estar en condición de protegerlo y blindarlo ante tantos golpes que viene sufriendo.

Nuestra democracia ha entrado en la edad de la adultez, ha avanzando varios trancos, pero con muchas tareas pendientes. Tiene sus fortalezas y debilidades. Luces y sombras. Los actores políticos han cometido errores y delitos. Ellos entienden que ejercer la política es perseguir, acosar y destruir al adversario de la oposición. Es una guerra declarada pero silenciosa y maquillada.

Cuando sus actores políticos no encontraron el camino de la concertación, otras fuerzas hicieron que ellos se sienten a dialogar y encontrar la ruta de la no violencia, aunque hubo muertos y heridos en las refriegas. Bolivia estuvo a punto de caer en el abismo en febrero y octubre 2003; en octubre 2019, con el fraude electoral y el paro nacional contra el robo del voto; años antes, la guerra del gas, la pugna por la Asamblea Constituyente y varios acuerdos históricos, como el nacimiento de la nueva Constitución Política.

No fuimos a las armas, ni a la guerra civil que gritaban algunos sectores radicales de ambos lados. Algunos querían sangre, más sangre y dolor para las familias bolivianas. Siempre están los sediciosos que son manejados por fuerzas oscuras del narcotráfico, el contrabando, la corrupción y grandes intereses económicos. Hoy vivimos más que nunca este asedio y conspiración contra las instituciones de la democracia que el 10 de octubre cumplirá 43 años de vida, de vigencia y de historia.

Hoy quienes postulan a algún cargo electivo son los herederos de esta democracia, que lucharon con sus vidas tantos líderes sindicales y políticos que fueron desaparecidos y una bala les atravesó el corazón.

Para hablar y decir que en Bolivia hay calidad de democracia falta mucho trecho que recorrer y responder a tantas contradicciones y problemas irresueltos. La calidad de la democracia es lo que el escritor mexicano Octavio Paz, nos dijo: “Ante todo debe aceptarse que la democracia no es un absoluto ni un proyecto sobre el futuro: es un método de convivencia civilizada”. Eso es lo que menos hacemos hoy en Bolivia, tanto desde el ejercicio del poder como en cualquier sector social. 

Nos vemos como enemigos el de la derecha vs el de la izquierda, el campesino vs el citadino, el indígena vs el blanco, el empresario vs trabajador, el gay vs el otro, las feministas vs las religiosas. Polarizados, divididos, enfrentados, un estado de situación que lo alimentaron desde el ejercicio el Gobierno y sus tentáculos hace más de 18 años y hemos convivido con ello.

Además de esta violenta polarización, el deterioro de la institucionalidad en todos los niveles y su uso político para sostener posverdades y encarcelar al opositor o, en su caso, para limpiar la imagen de tantos corruptos acusados, pero que gozan de impunidad y libertad. La corrupción es el peor azote a los derechos humanos y un golpe bajo a la democracia.

Así como hay avances importantes de la democracia, también hoy le ciernen serios peligros de parte de sus propios hijos y nietos. Pero a partir de este ejercicio del poder de hace más de 18 años, los hijos y nietos de la democracia que son los gobernantes, deben ser los primeros de respetar y hacer respetar los derechos, obligaciones, deberes y responsabilidades de todo sistema de derecho y democrático. Pero estos herederos de la democracia, que llegaron al poder por el voto popular, son los principales enemigos y acosadores de esa democracia. ¡Vaya contradicciones!

Desde el 2020 nuestra democracia está siendo acosada y violentada de forma permanente e impune por el propio partido de gobierno, cuyos miembros llegan a estas instancias peleados y acusándose de lo más bajo: el MAS, que en su vertiente radical-evista se encargó de minar y conspirar contra el gobierno de Luis Arce, al extremo de realizar bloqueos de caminos para exigir la habilitación de Evo Morales como candidato, quien, al no lograr su objetivo, ahora volvió a amenazar: Si gana la derecha, se la verá negra y no resistirá. O como creyéndose dueños de la democracia que es una conquista histórica de los más de 10 millones de bolivianos, van calentando los ánimos de sus bases: “Sin Evo no hay democracia, sin nosotros no hay elecciones”. En clara alusión a que desde el Chapare continuará con su desmedida ambición y maldad.

De yapa, a este asedio y conspiración permanente que hemos tenido que soportar el conjunto de sectores sociales de parte del movimiento evista, se siguen postergando temas pendientes de ser asumidos y resueltos, para lo cual el nuevo gobierno que emerja de las urnas debe estar revestido de toda la fortaleza del voto, de legitimidad y suficiente autoridad moral para encarar las grandes transformaciones en todos los órdenes y niveles del Estado Plurinacional de Bolivia.

Esta democracia asediada y en permanente riesgo ha calado hondo en los vocales del Tribunal Supremo Electoral, que han sido amenazados y soportan fuertes presiones, cuando deben ser los que tienen que trabajar con más tranquilidad, certeza y seguridad, pero hoy hay que ponerse en el lugar de cada de ellos, más allá de simpatías y antipatías, son los que tienen el deber enorme y noble de encaminarnos hacia un proceso electoral que sea rico en propuestas, en debates y que las elecciones y sus resultados del 17 de agosto no tengan la mínima sospecha de fraude o manipulación.

En este escenario, el rol del periodismo es fundamental, pero bajo una consigna clara: servir al pueblo y a la verdad, no al poder de turno.

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Hernán Cabrera es periodista y Lic. en Filosofía

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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