«Sí podemos»: la historia de Martha Vargas, una mujer indígena que conquistó la universidad

Derechos Humanos

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Yenny Escalante

Vestida con una elegante pollera tradicional, un lliklla rojo intenso sobre los hombros y una montera finamente adornada, Martha Vargas Llaveta recibió con orgullo su título universitario como socióloga. Su vestimenta, símbolo de su identidad como mujer indígena, resaltaba entre las togas azul marino de sus compañeros de promoción. La escena, llena de emoción y simbolismo, marcó el cierre de un largo camino de esfuerzo y sacrificio.

Martha, originaria de la comunidad de Angola, del municipio de Marca Tarabuco de la Nación Yampara de Chuquisaca, desafió las adversidades que a menudo enfrentan las mujeres de su pueblo para acceder a la educación. En su pueblo natal, estudió hasta cuarto básico, pero no pudo continuar porque no había cursos superiores. La cultura machista y las costumbres arraigadas limitaban las oportunidades de las mujeres para seguir con su educación. Sin embargo, Martha no se resignó y, tras años de espera, decidió retomar sus estudios junto a su hermano menor.

El camino no fue fácil. Para completar la secundaria tuvo que trasladarse a diferentes unidades educativas. Finalmente, en 2012, logró graduarse como bachiller y tomó la decisión de mudarse a Sucre para ingresar a la universidad. Pero los sueños, muchas veces, chocan con la realidad. La falta de dinero la obligó a postergar su educación y dedicarse al trabajo. Fue en ese tiempo que nacieron sus dos primeros hijos, y la maternidad parecía ser un punto final en su aspiración académica.

“Yo no estaba tranquila, sentía que mi vida había terminado”, recuerda. Pero, animada por su hermana menor, y con 200 bolivianos que había ahorrado del bono Juana Azurduy, en 2016 Martha fue a inscribirse a la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca. Cuando fue a dar el examen de ingreso, el encargado le dijo: “No, señora, el examen es personal, es para tu hijo”, a lo que ella le respondió con seguridad: “No, yo voy a dar el examen”. Cuando le llegó la notificación de que fue “admitida”, Martha no comprendía su significado, hasta que su hermana le dijo: “Has aprobado”. Ese fue el primer paso de un largo camino que Martha recorrería.

El desafío no solo era estudiar, sino hacerlo mientras criaba a sus dos hijos y trabajaba para mantenerse. Vendía frutas y verduras en las mañanas, llevaba a su hijo al kínder y luego asistía a clases con su bebé en brazos, de tan sólo cinco meses. “Mis docentes han sido bien pacientes conmigo, porque estar con la wawa en las aulas no es tan fácil”, recuerda con gratitud.

Martha se propuso salir por excelencia, e iba en ese rumbo, pero en el tercer año de carrera su esposo, Julio Espíritu Manrique, sufrió un accidente grave que obligó a Martha a asumir aún más responsabilidades. Con una economía golpeada, tuvo que trabajar más y sólo podía asistir a la universidad para rendir exámenes, mientras tanto estudiaba por las noches de manera autodidacta, y resalta que nunca tuvo que ir a segundas instancias ni programar materias en verano. A pesar de la carga emocional y física, nunca dejó de aprobar sus materias.

Ser una mujer indígena y madre universitaria no fue sólo un reto personal, sino también una lucha contra los prejuicios sociales. En el transporte público, los conductores se negaban a cobrarle la tarifa universitaria pues no creían que ella realmente fuera una estudiante, y la trataban con desprecio: “Pero de dónde ha conseguido el carnet (universitario) esta señora”, le decían y le insultaban. “Pero eso, para mí, también es una fortaleza, me da mucha más fuerza para seguir adelante”, enfatiza.

En la universidad, sin embargo, demostró su capacidad y se ganó el respeto de docentes y compañeros. Martha considera que la sociedad no ve a todos por igual, por eso, ella quería demostrar que las mujeres de pollera también pueden estudiar. “La sociedad tiene que ver como algo natural que los pueblos indígenas, las mujeres indígenas, las mujeres de pollera, también podemos estudiar. Si bien no tenemos las mismas oportunidades, tenemos las mismas capacidades”, afirma con firmeza.  

Además de su vida académica, Martha asumió un rol de liderazgo en su comunidad. En 2019, se convirtió en Mama Curaca Mayor de la Nación Yampara, un cargo que tradicionalmente era ocupado por varones. Ella rememora que solían decir que las mujeres eran sólo acompañantes de los Tata Curacas, pero ella decidió asumir ese cargo e iniciar un cambio, y que paulatinamente la gente se acostumbre a ver a una mujer en ese cargo de poder. Durante su gestión, trabajó por el fortalecimiento de los derechos de su pueblo y la visibilización de la mujer indígena en la toma de decisiones.

Finalmente, después de ocho años de esfuerzo y ahora con tres hijos, el 21 febrero Martha obtuvo su título en Sociología. Para ella, ese documento no sólo representa un logro personal, sino la prueba de que las mujeres indígenas pueden alcanzar lo que se propongan. Ahora, su meta es ejercer su profesión en beneficio de la sociedad, sin dejar de lado su identidad cultural.

Su historial, además de ser un ejemplo de perseverancia, es un llamado a que la sociedad valore el esfuerzo de quienes desafían las barreras impuestas por la desigualdad. Martha Margas Llaveta es la prueba viva de que el conocimiento y la educación no tienen fronteras cuando hay voluntad y determinación.

«Hemos nacido en una sociedad que nos hace creer que las mujeres no podemos, y sólo estamos para criar a las wawas. Pero debemos valorarnos como mujeres, porque podemos ir más allá, podemos seguir formándonos y aportar un granito de arena a nuestro país. Hay que tener fuerza y perseverancia, porque querer es poder», concluye con convicción.

Puede ver la entrevista en video aquí:

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