La amenaza del discurso de odio: Una llamada a la acción en un mundo dividido

Opinión

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Sumando Voces

Walberto Tardio Flores

El discurso de odio no es un problema nuevo en la historia de la humanidad. Sin embargo, sus formas contemporáneas, amplificadas por las redes sociales y la creciente polarización política, lo convierten en una amenaza urgente. La Estrategia y Plan de Acción de la ONU para la lucha contra el discurso de odio lo define como “cualquier tipo de comunicación, ya sea oral o escrita, o también comportamiento, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad». A pesar de esta definición, el discurso de odio sigue siendo objeto de debate, especialmente en su interacción con los derechos a la libertad de expresión y la no discriminación. Este vacío conceptual, lejos de ser un detalle técnico, refleja la complejidad de abordar un problema que afecta la cohesión social y los valores democráticos.

A lo largo de la historia, los discursos de odio han sido la chispa inicial de conflictos y tragedias humanas de gran magnitud. El apartheid en Sudáfrica, por ejemplo, surgió de una ideología racista que buscaba justificar la segregación y opresión de la mayoría negra. Esta narrativa no solo mantuvo privilegios para la minoría blanca, sino que también institucionalizó el desprecio hacia quienes eran considerados «inferiores». De manera similar, el Ku Klux Klan en Estados Unidos utilizó el terror y el odio para perseguir a afrodescendientes, judíos, católicos y a cualquiera que no encajara en su visión de supremacía blanca. Sin embargo, el Holocausto se erige como el recordatorio más devastador del poder destructivo del discurso de odio. En este caso, las palabras deshumanizadoras y la propaganda sistemática despojaron a millones de personas de su dignidad antes de arrebatarles la vida. El legado de Auschwitz es un llamado eterno a no cerrar los ojos ante las señales del odio y a no justificar los pequeños abusos que pueden llevar a las peores atrocidades.

En Bolivia, los discursos de odio han adoptado una forma particular en los últimos años. Expresiones como “bestias humanas” o “raza maldita” no solo perpetúan estereotipos negativos, sino que también alimentan la división y el resentimiento en una sociedad ya marcada por la polarización. Las redes sociales, con su alcance masivo, han facilitado la difusión de estas ideas, convirtiéndose en un espacio donde el odio y la desinformación se retroalimentan. Esto tiene un impacto especial en los jóvenes, quienes a menudo forman opiniones basadas en información parcial o manipulada. El costo de este clima de odio y división es significativo; no solo se debilita la democracia, sino que también se pone en riesgo la convivencia pacífica. Los procesos legislativos se ven entorpecidos, la imparcialidad del Poder Judicial se ve amenazada y la confianza social se desmorona. La polarización extrema no construye; destruye.

Hoy más que nunca, es necesario reflexionar sobre las consecuencias de permitir que el odio eche raíces en nuestra sociedad. Recordar las lecciones del pasado no es suficiente; debemos actuar para evitar que los errores se repitan. Esto implica educar, legislar y, sobre todo, asumir un compromiso individual y colectivo con la defensa de los valores democráticos y el respeto a la dignidad humana. Cada palabra importa. Cada acción cuenta. El legado de nuestra generación dependerá de nuestra capacidad para combatir el odio, promover el entendimiento y construir una sociedad donde el respeto y la justicia prevalezcan. En un mundo marcado por la tentación de la indiferencia, elegir el camino de la empatía y la solidaridad es un acto de resistencia y esperanza.

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Walberto Tardio Flores es estudiante de Derecho

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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