Pedro Portugal Mollinedo
La victoria de Donald Trump en las recientes elecciones presidenciales norteamericanas despierta interés sobre la manera como influirá en la política del continente y, específicamente, en la boliviana.
Influjo habrá, sin lugar a dudas. La independencia en nuestros países no implica descolonización. Mental y objetivamente el criollo se complace en la sujeción hacia el poder y los modelos de los que debía haberse emancipado. El indígena, lo hemos visto recientemente, se suma a esa cadena, ubicándose como último eslabón, detrás del criollo.
Esta fijación se expresa frecuentemente en modalidades chuscas. En realidad, no obedece a filiación ideológica ni adscripción política. El gobierno del MAS –ciclo del que somos testigos en su colapso– es la mejor ilustración de ello. Nunca estuvo en función de gobierno en Bolivia una política más anti imperialista y contra capitalista… solo que cantonada en lo discursivo y simbólico. Casi, en ciertos momentos, Evo Morales declara movilización general y guerra a los Estados Unidos, tal como lo hizo Ucrania a Rusia, en el ingenuo convencimiento de que la cucaracha puede derribar al toro salvaje. Sin embargo, el MAS y su política recibieron permanente inspiración y ayuda concreta –via ONGs y organismos internacionales– del gobierno norteamericano demócrata y progresista. Anecdóticamente, el Halloween jamás gozó de mejor salud que durante el reciente gobierno de “revolución democrática y cultural”.
Sin el menor asomo de dudas, el próximo gobierno de Trump tendrá el mismo éxito en Bolivia, cualquiera sea la tendencia política dominante entonces en nuestro país. La dificultad de sus próximos diplomáticos radicará solo en disimular su asombro ante la versatilidad y docilidad de nuestra clase política. Años atrás, en Bolivia y otros países, los invitados a la recepción por el Día de la Independencia de ese país debían portar ropas alusivas al viejo Oeste norteamericano: Fue enternecedor observar a los políticos y personas de relieve entonces invitados lucir vestimenta de cow boys. Nadie se disfrazó de piel roja. Habiendo cambiado la orientación de los gobernantes en ese país, si a los actuales diplomáticos norteamericanos se les hubiese ocurrido condicionar para asistir a ese evento ir vestidos de Drag Queens o de cualquiera de las decenas de nuevas identidades sexuales según el discurso liberal, ningún invitado se hubiese permitido defraudar ese dictamen. Ojalá a los próximos delegados de Trump no se les ocurra que sus invitados deban asistir disfrazados de luchadores de la WWE United States Championship.
El triunfo de Donald Trump parece, sin embargo, algo más que una simple permuta en el poder norteamericano. Ni siquiera es un simple relevo de modelo económico. Trump destronó una concepción cultural que el dominio liberal imponía a todo el mundo, con la generosa asistencia de los organismos internacionales. Es lo que se conoce como política woke. En Bolivia tenemos poca conciencia que el modelo vigente sobre lo indígena, que fue la armazón conceptual del MAS, es solo una faceta de esa concepción cultural. ¿Podrá el cambio actual en el poder de los Estados Unidos no obstaculizar el surgimiento de una identidad nacional boliviana que escape a los condicionamientos internacionales y se inscriba, más bien, en las mesuras de tolerancia y multipolarismo?
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Pedro Portugal Mollinedo es historiador, autor de ensayos y estudios sobre los pueblos indígenas, además de columnista en varios medios impresos y digitales.
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