Carlos Derpic
La columna de hoy no está inspirada en la canción que en la década de los años sesenta del siglo pasado popularizó Raphael, aunque ciertamente tiene relación con la temática que aborda. Es más bien una reflexión acerca del amor en sus diversas dimensiones y su presencia en el mundo o, tal vez, acerca de la falta de amor que lo aqueja, sobre todo cuando hay energúmenos como el “carnicero místico de Pando” que, volviendo por sus fueros, acaba de confesar que los bloqueos y el accionar del MAS necesita de muerte, sangre, dolor y luto, así sean provocados por los mismos masistas; o el otro que quiere darse el gusto de poner el último clavo al ataúd del kirchnerismo con Cristina Fernández adentro.
Erich Fromm, el gran psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista alemán, considera que el amor es un arte y que, como tal, requiere conocimiento y esfuerzo; no es una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno “tropieza” si tiene suerte. Dice, en “El arte de amar”: “El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”. Algo importante: añade que amar es fundamentalmente dar, no recibir; no en el sentido de renunciar a algo, de privarse de algo, de sacrificarse, sino como un acto en el cual uno experimenta su fuerza, su riqueza, su poder; acto en el cual uno se experimenta a sí mismo como desbordante, pródigo, vivo y dichoso.
Fromm considera que el amor es la única manera que tiene el ser humano para superar la separatidad que se produce cuando se convierte en vida consciente de sí mismo y se sabe separado de la naturaleza, a la cual ya no puede regresar, aunque forma parte de ella. Dice que la separatidad provoca angustia y vergüenza: “La conciencia de la separación humana -sin la reunión por el amor- es la fuente de la vergüenza. Es, al mismo tiempo, la fuente de la culpa y la angustia”.
La humanidad ha intentado responder de varias maneras al problema de la separatidad. Sin embargo, la unidad alcanzada por medio del trabajo productivo, la función orgiástica y la conformidad, son insuficientes para ello; la solución plena está en el logro de la unión interpersonal, la fusión con otra persona, en el amor.
Con poco que se revise lo que sucede en el mundo, se evidencia la ausencia de amor, lo que da la razón a Enrique Dussel que, cuando trata de la categoría “proximidad” (“acercarse a la fraternidad, al otro, a alguien que puede aceptarnos o rechazarnos”) dice que tiene lugar en tres dimensiones: originaria, histórica y escatológica.
La primera, por ser el hombre y la mujer mamíferos, ambos nacen en otra y son recibidos en sus brazos, se alimentan de alguien, no de algo. La proximidad histórica se da en tres dimensiones: política (hermano-hermano), erótica (varón-mujer) y pedagógica (padres hijos). Por fin, la escatológica se da ante el rostro del oprimido, del pobre, del que clama justicia, del que necesita servicio porque es débil, miserable, necesitado, perseguido, torturado, violentado en sus derechos.
En la práctica no se plasma la fraternidad, que correspondería a la proximidad política, sino el fratricidio, la muerte del hermano; se plasma el uxoricidio, la muerte de la mujer y no la convergencia hombre/mujer que correspondería a la proximidad erótica; tiene lugar el filicidio, la muerte del hijo, en lugar de la proximidad padre/hijo, docente/estudiante.
Como dice Jon Sobrino, la fraternidad universal está rota, razón por la cual hace falta la reconciliación a todo nivel, implantando la justicia recreativa que se funda en la praxis del Jesús histórico, que recoge la tradición de los profetas y la idea de que justicia y liberación son sinónimos.
El amor es una cosa muy profunda y seria; trasciende, con mucho, a la idea que de él tenemos. El amor de pareja de las canciones y los poemas, que ciertamente, existe y da tanta felicidad o desdicha a los seres humanos, es una de las dimensiones del amor, pero es insuficiente. El mundo necesita amor integral; clama por actos de amor diarios y permanentes de parte de todos nosotros.
Felizmente, así como hay ejemplos de odiadores empedernidos, también los hay de personas que siembran paz y amor: Francisco de Asís, Florencia Nightingale, Mahatma Gandi, la madre Teresa de Calcuta, la Hermana Dulce, para referirnos a algunos famosos. O los sacerdotes franciscanos Sergio Castelli, Eugenio Natalini, José Rossi y Lorenzo Calzavarini, para hablar de personas más cercanas a nosotros. O tantas parejas que muestran día a día su amor mutuo; tantas madres y padres de familia que cuidan de sus hijos con amor; y viceversa. Como la niña Diana Milenka que derrocha simpatía y amor en los buses Pumakatari cuando se dirige a su escuela y es atendida con el mismo amor por el anfitrión Guido y por el conductor Walter.
Otro mundo es posible, ¡claro que sí! Y se lo construirá en base al amor en su más amplia dimensión.
Ahora sí, hablemos del amor.
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Carlos Derpic es abogado
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