Daniel Espinoza
En la que podría ser la semana más contaminada del año, hemos visto a sectores de la sociedad civil movilizándose para aportar al control de los incendios en Bolivia. Alzando la voz en las calles y en las redes, expresaron su disconformidad y exigieron soluciones ante una gestión pública lenta y poco efectiva. Organizaciones y personas especialistas en la temática informaron, cuestionaron y propusieron, con determinación y valentía. El Legislativo reaccionó. A la fecha, dos leyes incendiarias han sido abrogadas por el Senado, grupos grandes de voluntarios se han dirigido a los lugares afectados y, según las autoridades nacionales, los incendios se han reducido considerablemente. Eso sí, la lluvia de ayer nos volvía a anunciar que la destrucción ocasionada por la humanidad volvería a ser enmendada por la naturaleza. La víctima se volverá a recomponer sola, nos brindará sus beneficios y la sobreexplotaremos una vez más. De esta tragedia, he podido apuntar algunas lecciones que debemos considerar para el futuro.
Debemos buscar y exigir información completa, sustentada e imparcial. La crisis ambiental que estamos viviendo no proviene de un único factor, sino que es el resultado de varias acciones, prácticas y decisiones que debemos conocer. Por ejemplo, debemos concientizarnos sobre el protagonismo y la responsabilidad que la agroindustria y la ganadería han tenido en la proliferación de estos incendios. Me ha sorprendido ver publicaciones racistas que defienden a este sector y se culpa al colla por invadir la tierra camba para provocar esta tragedia.
De igual manera, debemos informarnos sobre el beneficio real que tiene el incremento de la frontera agrícola para la economía boliviana. Ayer, Evo decía que el paquete de leyes incendiarias era un aporte para soberanía alimentaria, cuando en realidad estamos enfrentando una crisis por el incremento de importaciones en alimentos básicos que hemos dejado de producir en Bolivia. Al igual que en el primer caso, hay grupos que tienen al exmandatario como predicador de un credo absoluto, y lo que menos necesitamos en este tiempo es la fe ciega.
Debemos exigir y exigirnos un consumo responsable. El consumo de carne, en especial de res, tiene un impacto muy negativo para nuestro ecosistema ya que, de acuerdo a Greenpeace, este alimento requiere 28 veces más tierra para su producción que las que requieren los productos lácteos, la carne de cerdo, la carne de aves de corral y los huevos juntos. De igual manera, cada kilo de carne requiere de 15000 litros de agua para producirse, y, según la FAO esta industria emite más gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial. Rompiendo el mito de que la res es insustituible para el desarrollo adecuado de nuestros cuerpos, es imperante, al menos, disminuir nuestro consumo. Su producción y la deforestación mundial están directamente relacionadas.
Debemos reclamar y empoderar nuestra participación democrática en la toma de decisiones. Una vez más, la movilización y la protestas en las calles han calado en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Nuestros representantes han abrogado dos de los instrumentos legales que facilitaban la proliferación de incendios provocados. La protesta pacífica siempre será un ejercicio legítimo para comunicar nuestro desacuerdo con el Estado, pero no es el único. Es imperante que exijamos espacios de diálogo con nuestras autoridades y servidores públicos, en los que se nos escuche y se nos tome en cuenta, para plantear alternativas en todas las temáticas que nos afectan. También tenemos que exigir transparencia a todas las instituciones, para poder ejercer nuestro poder fiscalizador y prevenir nuevos escenarios catastróficos.
Finalmente, debemos revalorar y abrazar nuestra humanidad. Nos hemos centrado en lo urbano y lo humano (como especie). Nuestra dinámica social tiende a relegar lo rural y lo indígena, olvidando su protagonismo en el equilibrio de nuestro mundo. Los excluimos, los discriminamos y quemamos sus espacios de vida sin piedad, obligándolos a urbanizarse y/o despojarse de su arraigo cultural. Asimismo, olvidamos que el respeto a la vida no se limita a las de los humanos. Nos es imposible contar la cantidad de muertes de flora y fauna (incluyendo insectos y otros animales diminutos) ocurridas durante esta cruzada por la industria y el “progreso”. Nos cargamos sobre la espalda millones de vidas inocentes.
El ejercicio de nuestros derechos no se basa únicamente en la supervivencia humana, sino que busca la garantía de la vida digna de todos los que habitamos en este planeta. Respecto a los incendios, la lucha no ha terminado, y es nuestro deber estar alerta para evitar futuras tragedias.
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Daniel Espinoza es abogado y politólogo, comprometido con la defensa de los derechos humanos.
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