Pedro Portugal Mollinedo
El subconsciente político boliviano está enfocado en conjeturar las características del próximo presidente del país. Así no sea admitido por quienes hicieron fortuna (no específicamente material) con el gobierno del MAS, ese ciclo acabó catastróficamente el 2019. Por ello, quién será el próximo primer mandatario, cuál su perfil, es tema de importancia para movilizar energías y disposiciones que se explicitarán en las próximas elecciones nacionales.
Nuestra historia es particularmente afecta a la insurgencia de ciclos políticos ajustados a la tragedia de no haber solucionado la unidad nacional, de contar con un Estado disfuncional y de estar particularmente sometido a las modas y presiones internacionales, elementos que, irónicamente, asegura la reproducción de nuestras incomodidades y no su solución.
La experiencia del MAS estuvo determinada por un pensamiento posmoderno, curioso consorcio del culturalismo académico y político de Occidente con el anti imperialismo criollo sobreviviente de la Guerra Fría. Ese pensamiento está ya marchito. La insurgencia de la extrema derecha en Occidente, la guerra Rusia – Ucrania, el espectro de Donald Trump sobre Norteamérica y los problemas migratorios en Europa son elementos que prefiguran nuevas aproximaciones. En ese panorama, no es sabio ni conveniente esperar que nuevas luces nos iluminen desde lejanos faros. Debemos sistematizar nuestros propios pensamientos. El futuro nuevo presidente deberá, pues, ser alguien capaz de proponer –aunque sea primordialmente- soluciones nuevas y adecuadas para nuestras necesidades concretas.
En ese contexto, la plurinacionalidad, autonomías con salsa identitaria y mixturas epistémicas quedarán como recordatorio de un tiempo político lamentablemente dilapidado, cuyo testigo es un reloj que da la hora marcha atrás en plena Plaza Murillo. Los resultados del reciente Censo demuestran la inanidad de los postulados del MAS: Es tema de controversia y pugna los resultados sobre cantidad de población y no los de identidad y auto identificación que antes generaban pleito y polémica.
Si es vital identificar nuestra sociedad como un proceso de unidad nacional, ¿importa la extracción étnica del futuro presidente? Sí importa, pero no en los criterios hasta ahora impuestos. El MAS usó y abusó del indígena al presentarse como “gobierno indígena”, fábula digerida en el ámbito criollo e internacional; para el indígena era notorio que, en ese gobierno, indio era solo su máxima marioneta. Al indígena le interesó más aprovechar esa patraña para acumular recursos de futuro empoderamiento, que, para hecatombe de los teóricos del MAS, se dieron en formas individualistas y de prosaica acumulación capitalista. En ese esquema, es urgente un futuro presidente que siendo o no indígena sea capaz de aglutinar la diversidad en un proyecto común.
En la lógica del péndulo, un personaje político tiene necesariamente que contrastar con las características de su predecesor. Es lo que se dio, por ejemplo, en Argentina: Al estatismo de los Kirchner y Fernández sucedió un liberalismo extremo… pero igualmente ramplón, sobre todo en los desplantes y petulancias de sus principales exponentes. Sin embargo, el contraste no debe ser solamente de principios y programas, sino de pautas y de comportamientos: Bolivia necesita aquello que, por ejemplo, dio el triunfo en Francia a Francois Miterrand en su primer mandato: el símbolo de una fuerza tranquila.
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Pedro Portugal Mollinedo es historiador, autor de ensayos y estudios sobre los pueblos indígenas, además de columnista en varios medios impresos y digitales.