Dos de las 11 Cholitas escaladoras durante su ascenso a un glaciar de Bolivia
IPS Noticias/Tania Frank
Escalar los milenarios glaciares a más de 5000 metros sobre el nivel del mar (msnm) es el trabajo de un grupo de mujeres indígenas que destacan por sus polleras y que son guías de turismo. Sin embargo, las altas temperaturas producto del cambio climático están derritiendo los nevados en Bolivia y, con ello, los sueños de las montañistas.
Once mujeres indígenas, de largas trenzas, visten coloridas polleras (faldas étnicas), aguayos (piezas rectangulares de lana usadas por las mujeres andinas), buzos térmicos, crampones, arneses, bastones, cuerdas y parkas de pluma desde el año 2015 para trabajar como guías de turistas que desean subir a los glaciares más altos de Bolivia.
Lidia Huayllas y Cecilia Llusco, creadoras del grupo autodenominado como las Cholitas Escaladoras, recuerdan aquellos días como un “duro golpe al machismo”, porque siempre les decían que si una mujer subía a la cima de los nevados traería mala suerte.
No obstante, la escalada se convirtió para ellas en un logro que les permitió tener independencia económica y aportar con dinero a sus hogares.
Montañas sin nieve
Nueve años más tarde, la independencia económica que lograron estas mujeres se derrite a la par con los nevados.
“Antes subíamos tres veces por semana hasta el Glaciar Viejo, donde había mucha nieve. Hoy subimos dos veces al mes con mucha suerte”, dice Lidia visiblemente afectada.
Ello obedece a que el Glaciar Viejo, en el macizo de Huayna Potosí (Cerro Joven, en aymara), emplazado a 5200 msnm y uno de los destinos favoritos por su fácil acceso y su cercanía con La Paz, la capital política de Bolivia, de la que le separan unos 25 kilómetros.
Ahora ese nevado es solo es una montaña de rocas.
Guías de senderismo de montaña, porteadores y cocineras, son solo algunos de los oficios afectados por el retroceso de los nevados.
“Rompimos las barreras de discriminación, porque las mujeres somos fuertes y valientes, y ni las polleras nos impiden para ir a escalar de esa forma. Nosotras hemos ido escalando distintas montañas con nuestras vestimentas y después hemos ido trabajando con turismo», cuenta Cecilia con la voz quebrada, recordando que en el lugar donde ahora está parada es solo roca, cuando antes abundaba la nieve.
Y añade: «Ahora nos afecta no tener el mismo recurso, nos estamos quedando sin trabajo”.
De esa manera, los nevados de Bolivia se han convertido en una de las caras de las pérdidas y daños asociados con el cambio climático, es decir, las consecuencias negativas de este fenómeno que generan afectaciones, tanto económicas como no económicas, en las comunidades y el medio ambiente.
Los estudios de esta pérdida en particular se registran desde 1940.
Cecilia resalta que las pérdidas y daños son diversos, partiendo por el declive de los nevados, la biodiversidad, y los usos y costumbres culturales que se están diluyendo por la migración de la gente que busca nuevas oportunidades.
Además, la economía también se ve afectada por la reducción de ingresos a raíz de la disminución del turismo y la producción agrícola. Pero, ¿desde cuándo se han registrado estos impactos en los Andes bolivianos?
Derretimiento irreversible
En los años 90 se inicia el estudio de los glaciares en Bolivia. En esa fecha, el Chacaltaya, hoy desaparecido, era denominado como un glaciar “pequeño” porque tenía una extensión de un kilómetro cuadrado y su cumbre estaba por debajo de los 5500 metros.
Por otro lado, el Huayna Potosí, que tiene una extensión mayor a un kilómetro y una altitud superior a los 5500 metros, es observado hoy con detención por los científicos. El hidro-glaciólogo Javier Mendoza recuerda cómo el calentamiento climático ha intensificado los efectos del fenómeno de El Niño en el año 1997 y aceleró la desaparición del nevado Chacaltaya.
“Era una pista de esquí, la más alta del mundo”, rememora.
Los glaciares pequeños están perdiendo por año más de un metro de espesor. En cambio, los glaciares grandes, que son mayores a un kilómetro en área y altitud mayor a los 6000 metros en promedio, pierden al año 40 centímetros de espesor, según datos del Instituto de Hidráulica e Hidrología.
Al calentamiento global también se suma – en determinados periodos – el fenómeno del Niño.
En ese sentido, aunque El Niño es un fenómeno natural, a diferencia del calentamiento global actual, el glaciólogo explica que tiene influencia en la frecuencia e intensidad de eventos extremos que ya se ven exacerbados por el cambio climático.
Ello “trae consigo efectos negativos, como inundaciones, sequías, tormentas y cambios en las temperaturas, cada vez más severos y que representan un desafío significativo para las comunidades y los ecosistemas a nivel global”, dice Mendoza.
Atrás quedaron los prodigiosos años del Chacaltaya cuando era uno de los principales atractivos turísticos de Bolivia, especialmente para el turismo de montaña y deportes de nieve.
Su desaparición generó una pérdida de ingresos para la industria turística local.
A Agustín Gonzáles se le ilumina la mirada al recordar el nevado, pero a los segundos lo inunda la tristeza por los guías de montaña y excursionistas que trabajaban ahí, quienes perdieron su fuente de ingresos.
“Tuvieron que buscar otros trabajos, lo cual ha supuesto un golpe económico para ellos y sus familia. Ahora su vecino del frente, el Huayna Potosí, va por el mismo camino”, comenta.
La infraestructura relacionada con la actividad de esquí, como telesillas y refugios, quedó inutilizada. Se ha convertido en un símbolo del impacto del calentamiento global en los glaciares andinos y su uso ha cambiado: ahora se han instalado estaciones meteorológicas y se realizan monitoreos periódicos para evaluar los cambios en las condiciones ambientales.
El Instituto de Hidráulica e Hidrología de la Universidad Mayor de San Andrés realiza un constante monitoreo de la superficie y volumen de los glaciares mediante técnicas topográficas, fotogramétricas y satelitales.
Se estudian los procesos de acumulación y ablación de nieve y hielo en los glaciares, evaluando su balance de masa, y se hacen los registros de las morrenas, el cúmulo de piedras y barro arrastrados por el glaciar, que deja el retroceso de los glaciares tropicales.
Más de 99 % de los glaciares tropicales del mundo se encuentran en la cordillera de los Andes, de los cuales Bolivia es el segundo que más nevados acoge, con 20 %, mientras 71 % se encuentra en Perú, 4 % en Ecuador y 4 % en Colombia, según el libro “Glaciares de los Andes Tropicales Víctimas del Cambio Climático”.
Los glaciares tropicales tienen una respuesta rápida a los cambios climáticos y pueden retroceder significativamente en pocas décadas. “Estamos en la zona tropical, que es la zona más caliente del planeta. Nuestros glaciares en invierno, cuando estamos en frío, siguen derritiéndose porque hay altas temperaturas”, explica el glaciólogo González.
Los cambios en el albedo de los glaciares son muy importantes para entender su balance de masa en respuesta al cambio climático.
Cuanto más blanca y lisa sea la superficie, mayor será su albedo porque refleja casi 95 % de la radiación solar que la alcanza, pero un menor albedo implica que más radiación solar es absorbida por la superficie, generando un mayor derretimiento.
Pero para entender el declive de los glaciares es necesario ampliar el foco de atención.
Por ejemplo, Bolivia registró un nivel sin precedentes de pérdida de bosques primarios en 2022, con un aumento de 32 % respecto a los niveles de 2021.
Por tercer año consecutivo, este país sudamericano ocupa el tercer lugar en área de pérdida de bosques primarios, superado únicamente por Brasil y la República Democrática del Congo, según los datos registrados por la estadounidense Universidad de Maryland, publicados en la plataforma Global Forest Watch (GFW), del Instituto de los Recursos Naturales (WRI, en inglés).
Esos datos son reforzados con la explicación de Carmen Capriles, quien es parte de la plataforma de Reacción Climática, una iniciativa que busca articular y fortalecer las acciones de la sociedad civil boliviana en torno a la lucha contra el cambio climático.
La experta señala que “el calentamiento global está relacionado con el incremento de gases de efecto invernadero a nivel global, que son provocados por la quema de combustibles fósiles como gasolina, petróleo, gas, carbón; la deforestación; y la quema e incendios de grandes cantidades de bosque”.
De acuerdo a Capriles, la actividad minera también contribuye al derretimiento acelerado de los glaciares y contamina el agua, causando daños en la salud de la población.
Adaptándose al deshielo
Hace 20 años, el gélido viento daba la bienvenida a los visitantes que llegaban a las faldas del nevado, ubicado en el municipio de Zongo, a tres horas de la ciudad de La Paz.
Ya no se siente como antes, dice Agustín Gonzáles, quien está seguro que el nevado sufre en silencio y sin poder reclamar el impacto del cambio climático. Él dedicó casi toda su vida a vivir en las montañas más altas de Bolivia, guiando a turistas y escaladores. Hoy tiene que adaptarse para seguir manteniendo su trabajo.
Entre 2015 y 2020, las guías de alta montaña tenían excursiones con grupos de 20 o 50 turistas que buscaban conocer la cima.
Hoy suben con solo tres y hasta 10 turistas. Para Cecilia es una muy mala noticia, porque los albergues se están quedando sin gente, los turistas ahora van de paso y ya no se quedan por varios días, reduciendo sus ingresos económicos.
El problema del calentamiento global afecta a todo el mundo, dice Lidia, pero los daños no son iguales para todos.
Desde hace cuatro años, las y los escaladores, hombres y mujeres, han tenido que modificar sus horas de ascenso hasta la cima a 6088 msnm. Como Lidia y Agustín, ahora Cecilia y otras cholitas tienen que adaptarse y buscar nuevas oportunidades para mantener su independencia económica.
De hecho, aprendieron a tejer mantas artesanales de alpaca, cuya comercialización representa una importante fuente de ingresos para muchas familias, especialmente en zonas rurales.
Derretimiento de glaciares amenaza el suministro de agua
Los glaciares son depósitos de agua dulce que alimentan ríos y ecosistemas. Sin embargo, su derretimiento acelerado amenaza el abastecimiento hídrico para las personas, la agricultura y la energía. Ante el derretimiento de estos, el temor es que el suministro de agua se complique.
Capriles, activista medioambiental, explica que, para las ciudades de La Paz y El Alto, el agua glaciar representa entre 20 y 25 % de sus recursos hídricos y en época seca, el porcentaje sube hasta 30 % en algunas de sus cuencas.
Para Rufina Llusco, cholita escaladora, el deshielo provoca daños y pérdidas a la agricultura, pudiendo generar una crisis alimentaria.
“Nosotros aquí sembramos papa, haba, quinua, hay animales que no comen pasto seco y el año pasado nos ha afectado la producción de la papa, no había. Cualquier rato hace sol, llueve, cae nevada y se congela la producción y ahora poco a poco se terminan los nevados y no vamos a tener agua para regar las plantas, tendremos que traer cisternas, pero eso es mucha plata”, explica.
En 2016, La Paz experimentó una severa escasez de agua que generó racionamientos y problemas de acceso al líquido vital para muchos habitantes. “Parece que ya se olvidaron y sigue la contaminación”, apunta Rufina.
Un informe del Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), que incluye un capítulo sobre los impactos del cambio climático en glaciares y agua en América Latina, advierte que los glaciares de Bolivia son de los más vulnerables al cambio climático, con graves consecuencias para la seguridad hídrica del país.
El calentamiento global es un factor clave que impulsa y acelera el cambio climático a nivel global. Pero este fenómeno también incluye otras alteraciones más amplias en el sistema climático.
Capriles explica que “cuando se calienta la atmósfera el planeta Tierra tiene una serie de mecanismos para enfriarse. Y eso es lo que llamamos cambio climático, que va a producir mayor cantidad de huracanes”.
De acuerdo con el programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Bolivia es altamente “vulnerable” al cambio climático por su variabilidad de ecosistemas, la falta de información científica, un proceso acelerado de deforestación y actividades extractivas.
Ante esta realidad, los pronósticos de vida de los glaciares no son alentadores y, de acuerdo a los estudios, el nevado del el Illimani (6438 msnm), Huayna Potosí (6088 msnm) y Charquini (5390 msnm) tienen un pronóstico de vida de entre 20 a 30 años.
En Bolivia, la Constitución Política establece que el Estado, en todas sus esferas, debe salvaguardar las montañas, pero no existe una normativa específica que detalle, por ejemplo, qué acciones se permiten sobre los glaciares y qué otras en las zonas aledañas de las montañas.
Además, un estudio realizado por el Centro de Investigaciones de la Universidad Mayor de San Andrés evalúa la vulnerabilidad de los glaciares bolivianos, estimando pérdidas de hasta 7000 millones para el 2050 por reducción del caudal de ríos, impacto en la agricultura, energía e hidroeléctricas, y turismo.
A pesar de todos los antecedentes, “vamos a seguir, mientras se pueda, porque somos fuertes y hemos vencido muchas barreras para llegar donde estamos”, asegura con espíritu positivo Lidia y, junto a Cecilia, explica que las Cholitas Escaladoras están buscando cumplir un sueño y subir a la cima del Everest.
“Mientras existan turistas que quieran conocer los nevados de Bolivia vamos a seguir subiendo la montaña, y mientras los turistas llegan tenemos otras actividades para continuar ganando dinero”, dice.
Las mujeres también retan a la ciudadanía y a los Estados a activar acciones que puedan evitar que las temperaturas sigan subiendo tan aceleradamente.
Este artículo se elaboró con apoyo de Climate Tracker América Latina.